domingo, 26 de septiembre de 2010

Trabajar para vivir o vivir para trabajar

Por José Palomares Santos

Resulta paradójico que la eficiencia, la ambición, la rapidez y la optimización del tiempo, entre otros valores venerados en el ámbito de las empresas e inculcados en las universidades privadas como competencias profesionales en el capitalismo contemporáneo, tarde o temprano se transforman en riesgos que llevan a los ejecutivos a graves enfermedades relacionadas con el estrés.

Entender la metamorfosis de esas virtudes inculcadas por padres y maestros en enemigas para la salud física y mental constituye uno de los objetos de estudio más complejos tanto para la cardiología en el ámbito somático como de la psicología en el terreno de los patrones de comportamiento.

Como puede colegirse, la tendencia a la lucha excesiva y “crónica” para lograr el mayor número de metas en el menor tiempo posible conlleva al capital humano a someterse a tensiones cada día más severas.

En los años cincuenta del Siglo XX, los cardiólogos Friedman y Rosenman, iniciaron los estudios pioneros tendientes a sustentar que una determinada reacción ante el estrés podía tener la capacidad de alterar los valores de la bioquímica de la persona. El alza en la adrenalina puede movilizar el colesterol y contribuir a formar la placa en las arterias. Asimismo, las alteraciones de la presión arterial pueden favorece la aterosclerosis y causar daño a las arterias coronarias.

No fue fácil polemizar con el paradigma biomédico sobre la certeza de qué factores psicosociales pudieran añadirse a los reconocidos síntomas clínicos. Afortunadamente, las numerosas investigaciones realizadas lograron acreditar que las terapias psicológicas no solamente son útiles para el cambio de hábitos de los pacientes expuestos a presiones de trabajo. También pueden ayudar a personas vulnerables a las enfermedades coronarias que van desde la angina de pecho hasta el infarto al miocardio.

Para quienes en el trabajo radica la plataforma para autoafirmarse y prestigiarse, la prisa y la impaciencia suelen acompañarlos diariamente. Estas personas depositan su satisfacción sólo en los resultados y a menudo están negados a realizar sus actividades con entusiasmo.

Para quienes el trabajo es el compromiso vital, todas sus actividades cotidianas también se realizan con estrés incluido: comen, caminan, conducen su automóvil y hablan de prisa; interrumpen a sus interlocutores para ganar tiempo. A menudo limitan sus vacaciones para atender asuntos de la empresa y casi siempre se llevan trabajo a casa para reducir “pendientes”.

A pesar de estos y otros muchos malos hábitos, quien logra hacer conciencia sobre la importancia de trabajar para vivir en lugar de vivir para trabajar, la psicoterapia es una opción de salud preventiva para ser más uno, no uno más.

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